Amanecer II

Comenzaba a haber ruido y ajetreo en las calles cuando salí del piso. Los camiones cortaban el paso de los peatones por las calles, los supermercados abriendo sus puertas a la nueva mercancía. Las panaderías desprendían un delicioso aroma a pan recién echo, y los niños alborotaban el aire con sus gritos y su incansable energía.

El señor ya se encontraba sentado donde siempre, al lado del colegio, cantando canciones de generaciones pasadas. Su voz siempre me provocaba respingos en la piel, su música alcanzando el lado más romántico de mi corazón, guardado cuidadosamente bajo llave. 

Seguí recto, pasé de largo la panadería y el Blue café, torciendo a la derecha cuando llegué a la altura de la zapatería haciendo esquina. 

La fachada de la facultad se mostraba tan melancólicamente regia como siempre. Un atisbo de su pasado majestuo se podía leer entre sus piedras musgosas y las estatuas que protegían la puerta. Quedaba eclipsado su aire intelectual por los coches y motos que circulaban sin cesar delante suya.

Subí las escaleras sin dificultad, después de tantos años de subirlas ya me había acostumbrado. Eran tediosas y muchas ya que la biblioteca se encontraba en el piso más alto. 

Cuando por fin entré, me quedé igual que siempre, maravillada por aquellas vistas. Los estantes de madera repletos de libros amarillentos y que acumulaban decenas de miles de historias silenciadas entre sus hojas. Las lámparas enormes que colgaban peligrosamente del techo, sus bombillas ligeramente torcidas. 

La luz que entraba por las ventanas, las vistas desde allí arriba. 

Los estudiantes variopintos, los cuatro mismos gatos de siempre. Unos con frondosas barbas como un lío de cables, otros con pendientes más grandes que los míos propios. Chicas con cabezas de muñecas colgando de sus orejas a modo de pendientes, con el pelo rosa, o demasiado elegantes para pintar allí.

Todo ello envuelto en un halo de silencio tan solo interrumpido por el monótono sonar de los tablones de madera al caminar alguien sobre ellos. 

Coloqué mi mochila en una de las sillas y me quité la chupa de cuero. Me senté y saqué la botella de agua, los libros y los cascos de música. 

Me coloqué donde siempre, en una esquina cercana a la ventana central, desde la cual se veía una de las calles principales del casco antiguo. Se atisbaba un mar de tejados, alguna que otra gaviota posada en las antenas, como si fueran las dueñas de aquel territorio. 

Pronto me concentré en las hojas que se encontraban delante de mí. 

Author: Sara V.F.

"Solo sé que no sé nada".

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