Cuatro horas y un café después, me dispuse a colocar mi pequeña pila de apuntes de nuevo en la mochila.
Saqué mis gafas de sol del bolsillo pequeño y me coloqué los cascos de música en los oídos. Pronto “Milky Chance” sonaba por mi móvil y calmaba parcialmente mis nervios, distrayéndome de la cita que tendría lugar en unos minutos.
Comprobé la hora en el reloj colgado sobre la puerta de entrada de la biblioteca: las dos menos cuarto.
Salí de la sala, giré a la izquierda y bajé las escaleras estrechas. Pasé de largo las máquinas expendedoras, el horrible cuadro colgado de la pared y el primer piso. Allí había una preciosa sala, el Paraninfo, pero seguramente estaría cerrada, y tiempo en aquellos momentos no me sobraba para vagabundear por la facultad.
Cuando ya llegué a la entrada miré mi aspecto en la pantalla del móvil y comprobé si tenía algún mensaje suyo.
Sí, ya estaba allí. “Ay, qué nervios, madre mía”, pensé.
Me perdí por las calles empedradas, acordándome de aquel día que diluviaba y me dejó su paraguas. Pisé las piedras que habían sido sujeto de alguna conversación nuestra, sobre su edad e historia. Y en poco rato llegué a uno de los bares que más frecuentábamos antaño: la Tita.
Era conocida por su tortilla de patata, sin lugar a dudas la mejor que yo había probado nunca, como mucha gente coincidiría conmigo respecto a este punto.
Era un lugar poco llamativo. Una cartel con letras rojas colgaba afuera. El local estaba a rebosar, como era costumbre. Sus paredes eran naranjas, y había tres cuadros con lámparas encima suyas para decorarlas. Las mesas eran como las de antes, de madera oscura y duras.
Le reconocí de espaldas de inmediato. Se encontraba apoyado en la barra pues no había ni un sitio libre.
Llevaba la chaqueta roja, esa que solía ponerse cuando el sol se asomaba por Galicia y calentaba las calles gallegas con su alegría. Los pantalones eran los color caqui, esos que siempre me gustaron… y su pelo estaba rapado, dotándole de ese aire serio e intimidante que yo sabía demasiado bien que era una falacia.
No me podía creer que estuviera aquí otra vez…
-Hola- le dije sin pensar
Jack se giró rápido cuando me oyó. Mi corazón lloró de tristeza y alegría al mismos tiempo. Se derritió poco antes de endurecerse de nuevo mientras corría como un loco, intentando escapar del pecho. Mis pies estaban estancados en su sitio, y no sabía muy bien qué expresión mostraba mi cara. No sabía cómo comportarme, no estaba lista para…
– Hola, Sandra.- dijo mientras se acercaba para darme dos besos. -Me alegro mucho de verte. Qué tal estás?
Sus ojos buscaban los míos como siempre había hecho cuando quería saber realmente cómo me sentía.
Desvié la mirada rápidamente y atisbé una mesa libre.
-Nos sentamos, que ya hay sitio?- le dije cambiando de tema.
-Qué quieres, ya sabes o lo tienes que pensar?- me preguntó, recordando los viejos tiempos…
-Sí, un Ribeiro, por favor. Gracias.
Fui a sentarme mientras él pedía.
“Sandra, relájate, por favor. No es más que un reencuentro de buenos amigos…El pasado pasado está y…”
-Vaya, vaya. Ya veo que ya no tienes problema para pedir, y encima un vino. -bromeó Jack
-Sí, bueno, he cambiado algo desde el año pasado.
El camarero joven, el de siempre, nos trajo los pedidos y las raciones de tortilla. Mi boca se me hizo agua, pero estaba demasiado distraída como para poder disfrutarla tanto como otros días.
Jugué con el plato para no tener que mirarle directamente, evitando a toda costa que mis propios ojos me delataran.
-Y cómo te van las clases? Te gustan las asignaturas? Ya tuviste prácticas? – me siguió inquiriendo Jack tras darle un trago a su cerveza.
Yo seguí jugando con el tenedor, la servilleta de papel y cualquier cosa que mis manos tocaran.
Odiaba que me preguntara acerca de mis estudios. Odiaba que me preguntara por cualquier cosa relacionada con mis prácticas o asignaturas pues me recordaba que él ya estaba con el máster, y que pronto comenzaría su vida laboral. Era un continuo recuerdo del abismo que nos separaba.
-Pues duro, pasará lo mismo en todas las carreras, supongo. Las asignaturas ya se centran más en el ámbito de farmacia, son mád específicas. En cuanto a las prácticas, aún no las empecé, dentro de unas semanas me toca ya -respondí distraídamente.
El ruido a nuestro alrededor iba en crescendo, aumentando mi estado agotado.
Jack ya había acabado de engullir su plato, su hambre igual de grande como siempre.
-Pero te gustan?
-Sí, sí, me gusta bastante. Cada año más que el anterior. -le respondí.
Por fin encontré el valor para observar su cara de cerca. Esos ojos verdes amarronados que me creaban mariposas en el estómago. Se encontraban llenos de comprensión y de dolor, tanto como los míos. Comprendí que no estaba siendo fácil para él tampoco. Me relajé ligeramente.
-Tú qué tal con el máster? Al final estás haciendo el de educación, no?
-Sí. Los profesores son en general estrictos pero explican muy bien. El chico del año pasado me ayudó con algunas cosillas y me dio consejos para el trabajo que hay que presentar al final del máster.
-Déjame adivinar, tú ya has empezado con el trabajo de fin de máster.
Siempre había admirado su gran capacidad para ser constante y hacerlo parecer fácil.
-Bueno, solo he estado mirando títulos y así. Dentro de una semana o dos ya me pondré a leerlos y a hacer alguna anotación.
Bebí un poco del vino y doblé las piernas.
-Pues estoy segura de que te saldrá aún mejor que el trabajo de fin de grado del año pasado, que ya es decir- le dije dándole ánimos.
-Bueno, eso espero, aunque no hay que hacerse ilusiones, que es pronto todavía y hay mucha gente muy capacitada este año.
-Bueeno, bueeno. Tú siempre serás el friki de gafitas.
Le sonreí sinceramente y le di un mordisco a mi tortilla.
Él me devolvió la sonrisa, divertido.
-Gracias, Sandra- me dijo suavemente.- Estás muy guapa- añadió con un tono aún más bajo.
Normalmente yo le habría sacado la lengua en señal de indiferencia, ya sabía él demasiado bien que no le creía cuando me lo decía. Pero esa habría sido mi reacción el año pasado, cuando nos veíamos todos los días. Cuando nos compartimos, nos apoyamos, nos alegramos los días. Cuando su presencia me provocaba sonrisas sin razón, nervios y mejillas sonrojadas en demasiadas ocasiones.
-Gracias- dije escuetamente.
Tomé más vino y el mundo comenzó a volverse ligeramente nublado en mi cabeza. El efecto del alcohol hoy me estaba afectando más que de costumbre, inhibiendo mis sentidos levemente.
Apoyé la cabeza en la pared, algo adormilada.
Las conversaciones ajenas subían de tono según se iban vaciando los vasos y se iba relajando la lengua. Risas, gritos y alguna palabra malsonante revoloteaban a mi alrededor.
-Sigues yendo a la facultad de Historia a estudiar, no?- inquirió cambiando de tema.
-Sí, aunque se me hace raro que no estés.
Aquel comentario se me escapó como un estornudo, rápido y sin ser esperado.
-Lo siento, no debería de haber dicho eso.
Acabé el vino sin mirarle y me levanté.
-Debería irme, me estoy agobiando con tanta gente y tengo que hacer cosas. -le dije algo avergonzada.
Se levantó después de mí tras acabar su cerveza de un trago rápido.
-Te invito yo. No quieres dar un paseo? Así descansas un poco y podemos tomar un café luego, si quieres.
-No, tranquilo, ya me lo pago yo.
-Como quieras.- cedió Jack. Sabía que a veces me ponía terca y no era buena idea insistir en estupideces o se empeoraría la situación sin razón alguna.
Nos acercamos a la barra y esperamos pacientemente hasta que un camarero quedó libre y pudo atendernos.
-Serán 4,20€ las dos cosas- nos dijo el camarero.
Pagamos respectivamente lo nuestro y salimos del bar.