-Vaya, qué rápido hemos vuelto a las viejas andadas. -comentó Jack tras una leve pausa.
-Salvo que esta vez he elegido yo el destino y no estamos en otro bar tomando algo- repliqué yo.
No quería comparar la situación actual con antaño pues sería mentirse a sí misma.
Dejó que sus pensamientos evocaran de nuevo esas ideas de gente de otra época caminando entre ellos, subiendo las escaleras y llenando la plaza con ruidos más mundanos.
Escuché las ruedas de carruajes repiqueteando sobre el terreno mojado. Los niños gritaban mientras corrían y esquivaban bolas de barro hombres vendiendo en tiendas temporalmente levantadas en las calles.
Lluvia cayendo de los desagües de la catedral. Fuego quemando de chimeneas cercanas, inundando la zona con olores que provocaban un sentimiento hogareño y de calidez.
Sin embargo, se encontraba en el siglo XXI, no en el pasado. Pero casi había podido percibir todas aquellas sensaciones, como si su imaginación hubiera evocado lo sucedido en su cabeza a la realidad.
Juraría que lo había percibido, no solo en su mente pero con sus ojos, oídos y olfato.
Sacudió la cabeza, alejando esos pensamientos, centrándose en el ahora.
-Cierto, me sigues sorprendiendo, Sandriña- me dijo con un tinte de cariño.
Odiaba su tono de condescendendia, aquel que empleaba por ser mayor y vivir en el engaño de la autosatisfacción.
-Sí, he cambiado. Pero estos gustos ya los tenía antes de conocerte. Lo único que ha variado es mi facilidad en ladrar mi opinión. Adiós a ir a favor de corriente.
Las palabras me salieron afiladas y llenas de rencor, aquel que había acumulado en mi interior hacia mí misma. Sandriña, la niña que decía sí a todo, siempre afable y amistosa, no queriendo nunca discutir con nadie para no herir sentimientos ajenos.
Esa niña desaparece con aquellas personas que me habían hecho daño.
-Vale, vale, perdona. Tan solo bromeaba, no era mi intención hacerte daño.
-No, por supuesto que no. Como tampoco fue esa tu intención cuando…-comencé a decir mientras sentía mi sangre hervir en mi venas, quedándome por dentro.
-Sandra, déjalo. Mira, lo siento por haber dicho si querías quedar. Vine de buena fe, con intención de arreglar las cosas. Sinceramente, tenía esperanzas de que pudiera ser como antes, aunque eso sería demasiado pedir.
-Jack, no- susurré apenas sin fuerzas.
Como solía decirme él, mi boca dice no, pero mis ojos dicen sí.
-Sandra, déjame terminar de hablar.
-Siempre eres tú el que habla, el que decide a dónde vamos, cuándo, por qué. Vemos las películas que tú quieres, el bar que a ti te gusta. Usas mi móvil sin mi permiso pero el tuyo es intocable. Tú eres intocable, pero conmigo puedes jugar como con un maniquí. No, todo eso se ha acabado.
El rostro de Jack mostraba una expresión difícil de leer. Una mezcla entre pensativo y de contrariedad. Sus labios se encontraban fruncidos, al igual que sus cejas. Sus ojos se veían ensombrecidos por pensamientos profundos.
-Sandra- comenzó a decir lentamente, como si estuviera impartiendo una clase complicada a sus alumnos. – Sabes que ya hemos hablado de esto. Ya te dije que no era verdad, que yo no soy así. Ya sabes que yo nunca te haría daño queriendo, te quiero demasiado para ello. Te he dejado tu espacio y tu tiempo como me pediste, porque ante todo prefiero verte feliz sin mí que infeliz a mi lado.
Sentía su decepción…No, quizás fuera pena. La misma que sentía yo ante esta situación. Seguía sin comprender cómo nuestro barco, que viajaba felizmente de repente se hundió en la miseria.
No podía remediar pensar que era mi culpa. Yo, siempre la problemática, la causante de los argumentos estúpidos e inmaduros. No sentirme capaz de hacer nada bien.
Sentía siempre ganas de huir, de alejarme de aquellas personas que me amaban o que simplemente me rodeaban en mi día a día. Ganas de descubrir lugares nuevos en el planeta sin ser descubierta, pasando siempre desapercibida.
Era un sentimiento que me había acompañado desde la adolescencia, y lo alimentaba de vez en cuando paseando sola por zonas por las que nunca había ido en mi ciudad.
La voz de Jack sonaba de fondo, aún hablando a mi presencia. Mi mente se encontraba aún en una línea paralela al mundo real. Me forcé a prestar atención, intentando no huir de la situación.
-… Sinceramente, creo que estás siendo muy inmadura en este aspecto, Sandra. Tú no eres así, siempre te he considerado como una persona razonable y más madura que el resto de gente de tu edad. Estás fijándote solamente en mis debilidades.
Sentí algo de vergüenza y una punzada de arrepentimiento en mis entrañas. El rostro se me calentó ligeramente y desvié la mirada hacia mis pies.
Un remolino de dudas me envolvía en su fuerza, que cada vez era mayor.
La verdad nunca es completamente blanca ni negra, sino una gama variable de grises.
Acaso me equivocaría yo, o sería él el que se alejaba de la verdad?